Primero
fueron madres cuidadoras que se juntaban en dos casas –una frente a la otra,
con el nombre de “casitas solidarias”-
donde cuidaban bebés y niños para que las mamás pudieran salir a trabajar, en
el barrio El Tala.
Compartieron
esa experiencia durante los primeros años de la década del 90, y como resultó
muy positiva continuaron con la organización de talleres y capacitaciones para
mamás sobre alimentación, cuidados y estimulación. Entusiasmadas empezaron a
soñar con un Jardín para el barrio, que con esfuerzo y convicción logró nacer
el 24 de marzo de 1994. Así arrancaron, con dos salitas, una pequeña cocina y
el nombre elegido por uno de los papás: Creciendo con amor.
“La
identidad de este Jardín es la solidaridad”, dice Silvia que
de beba asistió al jardín y del cual es hoy una de sus educadoras populares.-
Por Laura Rosso, especial para Cambio21.-
martes 7 de abril de 2015.-
“El
Jardín es un brazo del Centro Comunitario María Nazareth, que en ese momento
era un comedor infantil”, cuenta Virginia Borda, una de sus
fundadoras, quien junto con Julia, Cristina, Rosa, Amelia, Mirta y Natalia a la
cabeza, se pusieron aquel proyecto al hombro y lo hicieron posible. Todas viven
en el barrio El Tala desde los tiempos en que había que apurar el fuego para
darles de comer a los más pequeños.
Con
el correr de los años, algunas se fueron y otras continúan. Virginia tenía
treinta y cinco años en ese entonces, e iba y venía para todos lados con
Silvia, su beba. Hoy, tantos años después, se emociona ante el camino
recorrido. Silvia, su hija, es una de las educadoras populares del Jardín.
Orgullo
y alegría es lo que sienten ambas si miran hacia atrás y recuerdan aquellos
años de lucha. Silvia sigue el camino marcado por su madre: el amor al barrio, la
solidaridad y la certeza de que es posible concretar los sueños.
“Cuando llegamos acá, hicimos una
revolución en el barrio –recuerda Virginia-. Éramos cuarenta y cinco mujeres
que nos juntábamos todas las tardes”. Ninguna vive ni
hace nada sola, era su lema, que con los años fue cambiando. “Hoy también colaboran los papás, está
Ricardo en la cocina y muchos hombres del barrio ayudan”, cuenta Virginia.
En la
línea de tiempo que marca los mojones de esta historia –una historia que se
sigue escribiendo- aparece la Hermana Renza, directora de Cáritas y con quien
caminaron un largo trecho.
Tanto el Jardín como el Centro Comunitario donde se
brindan clases de apoyo escolar, como las actividades que se realizan en el
Centro de Atención Juvenil y la murga “Los
vagabundos del Tala” forman parte de los programas que se desarrollan en el
barrio.
Desde
hace cuatro años pertenecen al Colectivo de a Pie, una red que nuclea a muchas
organizaciones sociales. “La identidad de
este Jardín es la solidaridad”, dice Silvia. “Trabajamos mucho con las mamás para que confíen en nosotras.
Trabajamos con el corazón puesto en la cabeza”, dice Virginia. “Este es un jardín comunitario, es de todos.
Todas velamos por los chicos, todas somos una”, agrega Silvia.
“El jardín es fundamental en el barrio, para
las mamás que salen a trabajar, o las que tienen que llevar a sus otros hijos
al médico, y para las que van a estudiar. Estamos alrededor de los chicos todo
el tiempo. Es algo muy fuerte lo que sentimos. Lo que nos ayudó mucho es que estuvimos
en el auge de las comunidades eclesiales de base y quedó el germen del amor”,
da cuenta Virginia.
El
Jardín alberga a cuarenta y nueve niños y niñas, en salas de dos, tres, cuatro
y cinco años, a la que se suma una sala maternal, tanto turno mañana como
tarde.
Son
cincuenta y dos familias las que acompañan los primeros aprendizajes de sus
hijos e hijas en un espacio que supieron defender y cuidar, y que hoy simboliza
el corazón del barrio.
El
pasado 10 de marzo tuvo lugar la re inauguración del Jardín. “Se le dio un gran envión –dice
Virginia-. Fue posible ponerlo en
condiciones con nuevo equipamiento.”
Se arregló el techo, se pintaron las
salas, la cocina y el baño, se pusieron cortinas y cerámicas nuevas, además
de juegos de patio, un televisor y
enormes cuadrados de goma eva para cubrir el piso de la sala de los más
pequeños.
Es
una institución educativa de gestión comunitaria que cubre las necesidades
básicas de los niños y niñas del barrio y donde se lleva adelante una
planificación educativa anual.
Trabajan
de manera integral, con actividades para cada edad, que encuadran en un
proyecto que se extiende de abril a diciembre. El tema puede ser el medio ambiente, como ocurrió el año
pasado, o arte y expresión, que es el de este año, cuyo cierre estará enmarcado
por una muestra de plástica con eje en el reciclaje.
“Todos educamos, desde quien barre las hojas
de la vereda, hasta la cocinera y quienes acompañan en la sala”, define
Virginia. Hace más de veinticinco años que conoce el barrio, y su balance es
más que positivo. “Todo lo que empezó como un pequeño sueño hoy es grande. No
le envidio nada a ninguna institución, de todas hemos recibido o aprendido algo
y lo pusimos en práctica. Con un granito arrancamos e hicimos grandes cosas”.
Para este año, sus deseos están puestos en construir otra sala y techar una
parte del patio.
“Sé
que voy a seguir acá”, revela Silvia. “Quiero que muchas instituciones se sigan manteniendo vivas y que haya
un reconocimiento. Sabemos que nuestra esencia es comunitaria, queremos que el
Estado siga presente, lugares como estos son fundamentales para el barrio. A
los chicos los marca el amor.”
Promoción
y protección integral de los derechos de los niños, niñas y adolescentes. Implementación de la Ley 13.298.-
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